Aún recuerdo la primera vez que acabé en La Pedriza con la intención de practicar escalada deportiva. Por aquel entonces no conocía el nombre de ninguno de sus riscos. Tampoco había andado por sus laberínticos caminos escondidos entre las jaras, por tanto, no recuerdo cuál fue el nombre de aquella vía, ni el sector de aquel primer intento, lo que sí recuerdo es que aquello era lo menos parecido a escalar que yo había hecho nunca, lo cual tampoco es decir gran cosa porque nunca he sido un gran escalador, y en aquellos primeros años, pues menos.
Tras aquella experiencia, mi entusiasmo por volver a este lugar era poco menos que inexistente. Y así pasaron varios años y yo era uno de aquellos que temblaba ante la idea de ir a aquel lugar donde se escala por secciones de roca tremendamente abrasiva pero en los que no puedes por lo general agarrar ningún saliente con las manos.
Para explicar esto último, voy a citar un fragmento del excelente libro “La Pedriza. Geología y escalada” de Manuel García Rodríguez que dice:
“Adherencia
Aunque en la Pedriza existen fracturas, diedros, canalizos y techos, el tipo de escalada definitoria de esta escuela es la adherencia. La escalada de adherencia consiste en progresar por vías que recorren superficies prácticamente lisas, aprovechando pequeñas irregularidades de la roca que permiten ir subiendo, de forma inexplicable y casi mágica.”
Efectivamente, ahí justo está “el truco”, la escalada en la Pedriza es, muchas veces, como hacer magia.